El padre Bazin
Su infancia. Juan Santiago (Jean Jacques) Bazin nació el 2 de abril de 1767 en Fresnes, un pequeño pueblo del departamento del Orne en Francia. Su familia, comerciante y económicamente holgada, profundamente cristiana, ofrece al joven Juan una vida simple, trabajadora, en el corazón de la campiña normanda. Recibe una educación en la cual se conjugan el cariño y la ternura de un padre rudo pero trabajador y de una madre dulce y espiritual.
El seminario. En ese terreno familiar favorable, la fe no podía hacer otra cosa que germinar y crecer. Entra al seminario de Bayeux, después de haber hecho sus estudios en el colegio real de Vire en dónde fue un alumno silencioso, aplicado, simple y trabajador. Como seminarista, estudió teología en la Universidad de Caen a cargo de los padres eudistas. Su último año de formación fue perturbado por los movimientos revolucionarios. Los eventos que siguieron a la toma de la Bastilla no lo desanimaron y fue ordenado diácono el 18 de septiembre de 1790.
La deportación. En el mes de noviembre de 1790, el gobierno obliga a los sacerdotes a prestar juramento a la constitución civil del clero. Aunque no era todavía sacerdote, Juan Bazin debe someterse a esa ley. Su negativa lo obliga a esconderse y escaparse. Pero al ser traicionado por uno de sus amigos, es detenido y encarcelado en Domfront. Nada impedirá que se mantenga fiel a la Iglesia. “Mejor morir que renegar mi fe” dijo a su padre. Fue condenado a la deportación como muchos otros sacerdotes y se exiló en la isla de Jersey, dónde fue ordenado sacerdote el 25 de noviembre de 1792.
El exilio. Refugiado en Londres durante un largo período de exilio que duró diez años (1792-1802), el joven sacerdote se mantiene fiel a sí mismo: vive de manera austera, pobre, oculto y silencioso, en una unión intensa con Dios, trabajando para mejorar sus conocimientos de las Escrituras y de los Padres de la Iglesia. Cuando volverá a Francia, el 9 de junio de 1802, lo primero que hará será presentarse ante su obispo, monseñor de Boischollet, siendo su única preocupación el ponerse al servicio del anuncio del Evangelio.
El regreso a Francia. La Iglesia de Séez, sometida a prueba por la Revolución francesa, necesitaba reconstituir sus parroquias. El padre Bazin fue enviado a Clairefougère y, desde su llegada, se pone a trabajar duro para restaurar la Iglesia que se encontraba en un estado de gran deterioro y de indigencia. Visita a todas las familias. Tanto de día como de noche, a través de caminos embarrados y a veces poco seguros, no duda en partir al primer llamado para estar al lado de los moribundos y procurarles el consuelo de los sacramentos. Desea apaciguar las almas y los corazones, transmitir una enseñanza conforme al Evangelio, encaminar a los feligreses a practicar los sacramentos e inculcarles la confianza en la Misericordia de Dios y su amor.
Sacerdote al servicio de la formación de los seminaristas (1809-1836). En 1809, el Seminario de Séez cuenta con 20 estudiantes… En 27 años, el padre Bazin preparó más de 600 sacerdotes que trabajaron para devolverle la vida a las parroquias de la diócesis anunciando el Evangelio. Teniendo siempre en vista la “Gloria de Dios”, actúa con gran secillez, caridad sin límites, devoción absoluta. En un sermón sobre el Buen Pastor, dice a los seminaristas: “No habrá que ahorrar ni cuidados, ni fatigas, ni nada, en una palabra, nada de lo que esté en vuestro poder, ni siquiera vuestra vida, si es necesario, para conservar o traer nuevamente a Jesucristo las ovejas que él debe confiaros”.
Sacerdote al servicio de “la Misericordia”. El padre Bazin constata que hay jóvenes que desearían consagrarse a Dios viviendo al servicio de todos aquellos que están en situación de gran necesidad. Sin embargo, no pueden hacerlo debido a que ellas mismas son pobres y por lo tanto no pueden ofrecer una dote. Encuentra entonces la solución: fundar una congregación en la cual las jóvenes trabajarían para ganarse la vida. Viviendo en comunidad religiosa, darán cuidados gratuitos a domicilio a los enfermos para evitarles la humillación de tener que presentar un “certificado de indigencia” para poder ser atendidos en el hospital.
Al principio, las jóvenes ganaban su vida hilando lana durante el día. Por la noche, atendían a los enfermos sin pedir nada a cambio. Un médico les proporcionaba la formación necesaria para que pudieran cuidar a los enfermos de manera adecuada.
Texto del libro Vivir la misericordia con el padre Bazin.